Como médico, estoy acostumbrado a escuchar los pulsos: los de los cuerpos, los de las emociones y, a veces, también los de los lugares. Hay territorios que laten despacio, que parecen dormidos, pero en realidad esconden una sabiduría antigua. Galicia y Extremadura son dos de ellos: distintas en paisaje, iguales en alma.

El pasado fin de semana acompañé a mi hijo a Galicia, por trabajo, hasta Cariño, un pequeño pueblo coruñés que separa dos mares. Allí nació mi compañero de residencia en el 12 de Octubre, José Fraguela, que en paz descanse. Cariño es un pueblo marinero de apenas 3.000 habitantes, conocido —dicen— por tener el mayor número de infracciones urbanísticas de España. Pero más allá de eso, es entrañable, con un paisaje impresionante y una gente que te recibe con esa mezcla de timidez y calidez tan gallega.

Y sin embargo, mientras caminaba por sus calles vacías un sábado por la mañana, no podía evitar pensar en Puebla de Alcocer, en nuestra Extremadura. Dos pueblos tan distintos, y al mismo tiempo tan parecidos. En Galicia, la vida se reparte entre la niebla, los montes y la lluvia. En Extremadura, el sol y la dehesa marcan el ritmo del día. Una parece un susurro verde; la otra, una respiración amplia y serena.

La gente, aunque con acentos distintos, vive de manera parecida: pausada, tranquila, sin prisa. Las mañanas de sábado son lentas, las sobremesas largas, las conversaciones sinceras. Nadie corre, nadie aparenta. La vida tiene otro pulso, más humano.

Quizá el mayor aprendizaje que nos ofrecen Galicia y Extremadura sea este: que vivir bien no es tener más, sino volver a sentir el pulso de la vida.

Miguel angel delgado Millan

Logo balhondo
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.