En los pueblos, la Navidad no empieza con luces ni con prisas. Empieza con historias. Historias que se cuentan al calor de una mesa, junto a la lumbre, mientras el frío aprieta y el silencio lo envuelve todo. Por eso, celebrar un certamen de cuentos de Navidad en un pueblo no es solo una actividad cultural: es una forma de proteger la memoria e incentivar la lectura en la españa vaciada.
Hoy hemos celebrado este certamen y aunque no han mandado muchos cuentos ha sido de lo más gratificante escuchar a niños de 9, 15, 20 años como ellos sienten la navidad. Había cuentos de Puebla, de Don Benito, de Siruela y de Madrid., y cada uno nos han relatado diferentes historias.
El jurado, un profesor de instituto y un actor han valorado tanto la narrativa como la gramática de cada cuento.
Había historias familiares, de gigantes, de los reyes , emotivas , tristes, alegres, de regalos, de camellos, disputas entre hermanos,…
A diferencia de los grandes relatos urbanos, los cuentos navideños hablaban de lo sencillo: del primer frío, del olor a leña, de la plaza vacía al amanecer, de la misa del gallo, de la solidaridad silenciosa. Son historias donde la Navidad no se compra, se comparte.
El certamen no solo fomenta la escritura, sino el diálogo entre generaciones. Los más jóvenes preguntan, escuchan y recuperan tradiciones que parecían olvidadas. Los mayores se sienten protagonistas, custodios de una memoria que sigue viva gracias a la palabra escrita.
En un momento en el que muchos pueblos luchan contra el olvido y la despoblación, iniciativas como esta son una forma de resistencia. Escribir cuentos de Navidad es decir: seguimos aquí. Que la cultura rural no es pasado, sino presente con raíces profundas.
El verdadero premio no es ganar, sino participar. Leer los cuentos en voz alta, compartirlos, guardarlos para el futuro. Porque cada relato se convierte en patrimonio emocional del pueblo.
Un certamen de cuentos de Navidad no llena hoteles ni plazas, pero llena algo más in certamen así convierte la palabra en punto de encuentro. Niños, jóvenes y mayores se animan a escribir lo que han oído desde siempre: relatos de inviernos largos, de abuelos que contaban historias antes de dormir, de campanas que sonaban en la nochebuena, de vecinos que se ayudaban cuando faltaba algo en la mesa. Cada cuento es un trozo de vida rural puesto por escrito.


