(Reflexiónes tras un congreso)

Miguel angel delgado millan

Acabo de volver de un congreso en Valladolid. Mucha ciencia, sí… pero también demasiada comida.  Porque una cosa es el programa científico, y otra el gastronómico, siempre generosamente patrocinado.

Y claro, cuando te invitan, ¿cómo vas a decir que no?
Los cirujanos podemos ser precisos con el da Vinci, pero frente al lechazo y el vino perdemos todo autocontrol.

El hecho de que comer es un acto social, no solo biológico.

Cuando te invitan, lo que aceptas no es un plato, sino un gesto.

Decir “no” a la comida se interpreta casi como un rechazo personal, y así, entre educación y afecto, se acumulan los excesos que después criticamos en consulta
Decimos que comemos “por educación”, por probar, por agradecimiento… pero la verdad es simple: cuando no pagamos, comemos más.

Cuando pagamos, activamos el control y la moderación.   Elegimos con calma, comemos más despacio, saboreamos. Cuando no pagamos, el cerebro interpreta abundancia y permiso, y el freno se suelta. Es la psicología del buffet libre: nadie tiene hambre real, pero todos llenan el plato como si se acabara el mundo.

El cuerpo, sin embargo, no entiende de relaciones públicas ni de cortesía.
Solo sabe que está comiendo más de lo que necesita.
Y lo paga: pesadez, insomnio, kilos de recuerdo.

De vuelta al pueblo, uno vuelve a valorar la calma: una sopa ligera, un paseo al atardecer, el silencio del campo.
Y entiendes que comer bien no es comer mucho, sino disfrutar con medida.
El verdadero lujo no está en llenar el plato, sino en saborear el momento.

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